
Tigre ganó en un partido tremendamente cambiante, cruzado por vaivenes anímicos extremos y que parecía encaminado hacia un empate. La Academia se llevó amargura y una furia manifiesta por lo que consideró un gol -el último de Tigre- ilícito, pero pareció un reclamo infundado.
Dio la impresión de que el 2-2 era inmodificable, pero faltaba algo más. Sacó Islas, Lazzaro se impuso en un cabezazo y Suárez le ganó inesperadamente la pelea a Yacob antes de anotar el 3-2, sobre la hora y ante la ira de la gente de Racing, que vio un foul donde no pareció haberlo. Esta vez con ciclotimia y vuelcos anímicos, Tigre consumó otro jalón en una campaña que ya no olvidará. Y quiere mucho más.
Por Diego Morini De la Redacción de LA NACION
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